Por: Nilo V. De La Rosa Jourdain

En 1964, el astrofísico ruso Nikolái Kardashov propuso una teoría sobre la evolución tecnológica tanto de la civilización humana como de otras hipotéticas extraterrestres. Pone énfasis en cómo y cuánta energía producen, dividiéndolas en tipos I, II y III. Las tipo I serían aquellas capaces de aprovechar todos los recursos de su planeta sin contaminar. Las tipo II serían capaces de aprovechar su estrella por completo. Las tipo III serían capaces de aprovechar estrellas fuera de su propio sistema solar. En 1973, el astrofísico estadounidense Carl Sagan ubicó a la humanidad en el punto 0.72 de la escala, faltando un avance extenso y casi de ciencia ficción para acercarnos siquiera a una civilización tipo I.

Es posible, en cierto sentido, aplicar esta teoría a los sistemas partidistas analizando la forma en cómo éstos impactan la salud económica, política y social de la nación. Veamos:

Tipo I: A los partidos les bastaría su asignación del presupuesto nacional para operar y obtener posiciones de servicio público, con logros tangibles gracias a la preparación y vocación de sus dirigentes. Tampoco tendrían necesidad de malversar para erigir estructuras clientelares que sustenten su vigencia electoral. Es un sistema político caracterizado por: 1) Limitación del gasto de campaña; 2) Acceso equitativo a medios de comunicación; 3) Equidad (aunque no necesariamente paridad absoluta) en el financiamiento público; 4) Participación obligatoria en debates bajo pena de perder el financiamiento público; 4) Eficiente sistema de función y contrataciones públicas que minimicen el clientelismo y el contubernio con proveedores y; 5) Efectiva persecución y castigo de los delitos electorales a cargo de un fiscal especial nombrado mediante concurso por la Suprema Corte de Justicia.

Tipo II: Los partidos se sustentarían mediante contribución de sus militantes exclusivamente y, en tiempos de campaña, captarían donaciones abiertas de individuos y empresas, bajo controles estrictos para evitar el lavado de activos, influencias ilegítimas de grupos económicos o de gobiernos extranjeros. Abundarían los partidos de alto nivel vocacional e ideológico, mostrando resultados tangibles en su gestión pública. Adicionalmente a las características de los sistemas tipo I, un sistema tipo II estaría caracterizado por: 1) Período de campaña no mayor a 30 días; 2) Espacios de publicidad previamente determinados; 3) Igualdad en el acceso a medios de comunicación en limitados tiempos de transmisión; 4) Organismo electoral independiente; 5) Sociedad económica, cultural e intelectualmente avanzada.

Tipo III: Los partidos serían entidades dedicadas a la producción y ejecución de ideas políticas, es decir, especies de “fábricas de ideas” (think tanks) habilitadas para ejecutar sus iniciativas gracias a su legitimidad electoral. El gasto de campaña sería mínimo, en consecuencia, no habría incentivo alguno para consignar ni partidas presupuestarias estatales para su sustento ni financiamiento privado. Superando las características de los tipos I y II, se trata de un medio caracterizado por: 1) Altos índices de libertad económica y política; 2) Alto grado de escolarización y tecnificación de la población; 3) Preminencia de tecnologías de la información gratuitas para el desarrollo de campañas y difusión de ideas, descontaminando el espacio físico común.

En un sistema tipo III el desarrollo de la conciencia colectiva y de la institucionalidad política serían tales que hasta la misma existencia de los partidos políticos estaría en tela de juicio, al menos en cuanto a su carácter permanente se refiere. Naturalmente que en la realidad no existe un sistema puro, sino más bien sistemas con características de uno u otro tipo, siendo el tipo III en estado puro algo verdaderamente utópico, por no decir que el tipo II también.

Es evidente que actualmente en República Dominicana impera un sistema político altamente tóxico y contaminante, agravado por el hecho de que en la gestión pública la ineficiencia, la inmoralidad y el desorden campean por sus fueros al amparo de la más amplia indiferencia no sólo desde la autoridad, sino desde la sociedad misma. Por lo que sin lugar a dudas que estamos bastante lejos de alcanzar un sistema tipo I y, a decir verdad, parece que estamos en franco retroceso. Reorganicemos el país antes de que crucemos la línea de no retorno, si es que no la hemos cruzado ya.