Por: Nilo V. De La Rosa Jourdain

El Hombre es un ser de mezclas. A menudo mezclamos cosas esencialmente contradictorias: la prudencia con la locura; el amor con el odio; la Fe con la razón; la estrategia con el instinto; lo agrio con lo dulce; la paz con la tribulación; el egoísmo con la caridad; la derrota con la esperanza. También el trigo con la cizaña, los mansos con los cimarrones.

Sin embargo, hemos visto que ciertas mezclas han sido fatales y nunca debieron ser consentidas. Tal es el caso de la politización de importantísimas instituciones sociales como los gremios, los sindicatos y las universidades. Hoy en día se considera incluso hasta protocolar que las candidaturas a los puestos de dirección de estas organizaciones sean presentadas y patrocinadas por partidos políticos como si se tratara de alcaldías o curules parlamentarias.

El resultado ha sido el descalabro: gremios transformados en comités de base dedicados a todo menos a la defensa de la clase profesional y a la producción intelectual. Sindicatos embarcados en toda clase de intereses menos los del trabajador y su dignidad. Universidades convertidas en verdaderos campos de batalla entre facciones políticas, dejando de lado la investigación científica así como la excelencia profesional y humana de sus alumnos y egresados.

Es imposible promover la dignidad de la persona si no se protege la autonomía de los distintos grupos y asociaciones de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo y profesional, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. En consecuencia, más que una opción, es un imperativo que la sociedad tenga la voluntad de garantizar la autonomía de estas organizaciones debido a que éstas tienen fines muy específicos y por ser espacios en los cuales el ser humano está llamado a desarrollar adecuadamente su personalidad y capacidades personales.

La sociedad en su conjunto ha de tomar conciencia del profundo daño que a través del tiempo ha provocado la subordinación de los gremios, sindicatos y universidades a los partidos políticos. No se quiere decir con esto que el partido político por sí mismo es dañino a la sociedad, sino todo lo contrario. El partido político también es una organización fundamental garante de la participación de los ciudadanos en los procesos políticos que contribuyan al fortalecimiento de la democracia.

Si se quiere lanzar un auténtico proceso de reorganización y revalorización de los partidos políticos, los cuales sufren de una crisis de representatividad y legitimidad social sin precedentes, es necesario que éstos abandonen definitivamente el afán de conquistar instituciones sociales que, por naturaleza propia, no están cónsonas con los fines propios de los partidos políticos. La autonomía de cada organización social intermedia como los gremios, sindicatos y universidades es la condición necesaria para que éstas puedan realmente cumplir con su rol en una sociedad ávida de instituciones realmente funcionales y efectivas.

Cada quien en su lugar, en lo suyo, cumpliendo con su rol conforme a los fines específicos de la institución en la que esté y no los de su afiliación política. Así el país marchará mejor.